Te voy a extrañar viejo, hasta la próxima.
En memoria de Julio Raggio, mi MAESTRO. (02/02/1943 - 09/07/2012)
Entró a la estación de servicio y sin prestar demasiada atención encaró a la heladera de las gaseosas. Sacó una coca de un litro y medio y se dijo a sí mismo “esto no va a alcanzar”. La guardó y agarró una más grande. Mientras todo esto pasaba, escuchaba que una mujer discutía con la cajera porque la bolsa de hielo que la semana pasada le había costado cuatro pesos, hoy estaba a seis.
Ya con su gaseosa en mano, se acercó a la caja con el objetivo de pagar. Sabía que en las estaciones de servicios era todo más caro, pero era tarde, no había muchos lugares abiertos y el fernet lo estaba esperando.
Mientras la mujer seguía discutiendo con la cajera y amenazaba con no volver a comprar nunca más en ese lugar, algo lo sumergió en un viaje en el tiempo. “Esa voz la conozco” dijo, y se fue al costado de la fila de personas que, nerviosas por la situación provocada por la dama, esperaban para pagar. Desde ese lateral reconoció ese perfil, aunque sus ojos no querían creer lo que estaba viendo. “Está igual” pensó, y apoyando la botella en la primer superficie que encontró, salió detrás de esa mujer. Antes de que se suba a su auto la logró interceptar:
-¡¿Paula?! - Exclamó él entre seguridad y dudas.
Perpleja ella, lo miró buscando una explicación. El recibió esa mirada de una manera distinta a la que esa mirada había escapado de los ojos de ella. Habían pasado tantos años, diecinueve exactamente. Casi dos décadas después, recordaba cada momento como se hubiesen pasado ayer. Nunca imaginó que este día iba a llegar.
El día que la familia de Paula partió al sur en busca de un futuro mejor, se derrumbaron todas sus ilusiones. Después de ese 26 de enero de 1984, nunca más volvió a sentir algo así por alguien, y no podía dejarse de preguntar cada mañana mientras desayunaba “¿Qué hubiera pasado si….?”
Todo esto pasaba por su cabeza en ese segundo.
-Si, Paula, ¿nos conocemos?. - No podía creer lo que estaba pasando. La respuesta de ella fue una daga en el medio de su pecho. No podía entender como no lo había reconocido….
-Paula, estás igual. No puedo creerlo. Sos vos. – Estaba helado. Era ella. – ¿En serio no me reconocés?
-Disculpame, la verdad que no.
-Soy yo, Gonzalo, toto.- No había terminado de decir “toto”, cuando vio como la cara de Paula se transformaba, abría los ojos y dejaba caer su mentón.
-Toto… ¡Toto!
-Si Paula soy yo, Toto…-mientras se acercaba de a poco a la humanidad de Paula.
-¡Toto!, ¡¿Qué hacés Toto?!
Un abrazo fuerte entre los dos en silencio, era solamente decorado por las bocinas de los autos y el ruido de los colectivos.
-¿Qué hacés acá Paula? Pensé que no te iba a volver a ver nunca más…
Gonzalo siempre había sido una persona descuidada. Había terminado la secundaria a los tumbos, había trabajado de muchas cosas y en muchos lugares sin afianzarse nunca en ninguno, tenía un hijo en Tandil con el que hablaba poco y nada, y como era esperable, en estos diecinueve años no le había prestado mucha atención a su estética. Ya no era ese flaquito de 17 años que hacía suspirar a más de una.
-Toto, que cambiado estás...-Exclamaba desilusionada Paula mientras miraba un tipo de casi cien kilos, muy barbudo, con una maya roja y una camiseta de boca.
-Vos estás más linda que la última vez que te vi.
-Eso fue hace como veinte años toto – Dijo ella riéndose.
En ese momento tomo noción de todo el tiempo que había pasado. Eran diecinueve años sin saber nada de la mujer más importante que había pasado por sus brazos. Diecinueve años sin saber si estaba viva o muerta. Diecinueve años sin saber si todavía estaba en Rio Gallegos o no. Diecinueve años sin saber nada, absolutamente nada.
-¡Diecinueve!-corrigió él – Paula, no puedo creer que estés acá. Siempre me acuerdo de vos.
En frente de sus ojos veía a esa Paula de 17 años que le hacía los trabajos prácticos y lo cubría para ratearse. En frente de sus ojos estaba esa chica de 17 años que había visto desnuda. En frente de sus ojos estaba Paula, pero mucho más linda que hace 19 años.
-La verdad que es muy loco todo esto Toto.
-Te juro que no caigo todavía. Estaría bueno juntarnos, ir a tomar un café...- le dijo, mientras divisaba en la mano izquierda de Paula un anillo. - Si a tu marido no le molesta, claro.
No había estado bueno ver ese anillo. Para Gonzalo, lo de Paula y él no había terminado hace 19 años.
Paula dudó y patinó, como quien intenta zafar de una situación que no esperaba.- ehhm, mmm, ehm, si si, estaría buenísimo juntarnos. Dejame tu número y la semana que viene te llamo así arreglamos.
Gonzalo sabía que esa llamada era posible que nunca se concrete. –Mejor dame vos el tuyo y yo te llamo.-le retrucó.
Incómoda por la situación, Paula se disfrazó de burrito ortega, y gambeteó.
– Uy, sabés que nos estamos mudando, y todavía no tenemos línea.
– Bueno ¿tenés para anotar? -Paula se metió en el auto y de la gaveta sacó una bic azul y un papelito.
–Te doy el de mi casa, estoy viviendo solo- tiró Gonzalo dejando entrever sus intenciones. – 4589 2319. A ver, repetime, capaz que anotaste mal.
– 4 5 8 9 2 3 1 9.
–Está perfecto.
–Bueno Toto, que lindo volver a encontrate… te tengo que dejar porque me están esperando.
–Si, me imaginé…-dijo algo frustrado.- Espero tu llamado entonces.
– Dale, estoy con la mudanza, cuando esté con tiempo te llamo y arreglamos para tomar un café tranquilos, ¿dale?.
Se dieron un abrazo acompañado de un tímido beso en la mejilla. Paula se metió al auto, y Gonzalo se quedo parado, viendo como el corsa blanco hacía marcha atrás y se perdía por la avenida. Se metió a la estación de servicio, pagó la coca, y se fue caminando en la dirección contraria de la avenida, sabiendo que tal vez, otra vez, nunca más iba a volver a verla.